Descubren una especie de bacteria que degrada biomasa

Identificada como Paenibacillus xylanivorans, la cepa xilanolítica A59T fue aislada en suelos de bosque nativo de la Patagonia, en el sur de la Argentina. Gracias a la secuenciación del ADN, determinaron que tiene la capacidad para descomponer xilano y celulosa, dos componentes de la pared celular vegetal usados en la producción de bioetanol.

Iden­ti­fi­ca­da como Paeni­bacil­lus xylanivo­rans, la cepa xilanolíti­ca A59T fue ais­la­da en sue­los de bosque nati­vo de la Patag­o­nia, en el sur de la Argenti­na. Gra­cias a la secuen­ciación del ADN, deter­mi­naron que tiene la capaci­dad para descom­pon­er xilano y celu­losa, dos com­po­nentes de la pared celu­lar veg­e­tal usa­dos en la pro­duc­ción de bioetanol. Su hal­laz­go per­mite cono­cer un poco más sobre el uni­ver­so de las comu­nidades que viv­en en el sue­lo.

El sue­lo, además de are­na, limo y arcil­la, está inte­gra­do por bac­te­rias, hon­gos, algas, virus, pro­to­zoar­ios y acti­n­o­mice­tos, que fun­cio­nan colec­ti­va­mente. Son tan­tos y tan pequeños, que encon­trar­los, iden­ti­fi­car­los y car­ac­teri­zar­los no es tarea sen­cil­la. De hecho, a pesar de los esfuer­zos de cien­tos de inves­ti­gadores de todo el mun­do, solo se conoce el 1 % de los microor­gan­is­mos que habi­tan bajo los pies.

Los microor­gan­is­mos del sue­lo tienen múlti­ples fun­ciones, algunos son pro­mo­tores del crec­imien­to de las plan­tas, otros actúan como biofer­til­izantes, están los que pueden trans­for­mar resid­u­os y, tam­bién, los patogéni­cos que afectan la salud de las plan­tas.

Iden­ti­fi­ca­da como Paeni­bacil­lus xylanivo­rans, la nue­va especie de bac­te­ria des­cu­bier­ta por inves­ti­gadores argenti­nos tiene la capaci­dad para descom­pon­er xilano y celu­losa, dos com­po­nentes de la pared celu­lar veg­e­tal que podrían usarse en la pro­duc­ción de bioetanol.

Eleono­ra Cam­pos es biólo­ga, tra­ba­ja en el Insti­tu­to de Biotec­nología del Cen­tro Nacional de Inves­ti­ga­ciones Agropecuar­ias (CNIA) del INTA, en Hurling­ham –Buenos Aires– y, des­de 2009, se ded­i­ca a estu­di­ar la biología mol­e­c­u­lar de bac­te­rias celu­lolíti­cas para la gen­eración de bio­com­bustibles. “Nos dedicamos a estu­di­ar las bases mol­e­c­u­lares de los mecan­is­mos que han desar­rol­la­do las bac­te­rias del sue­lo para degradar las estruc­turas que poseen las plan­tas y uti­lizar los azú­cares con­tenidos en las mis­mas”, señaló.

Como parte de este tra­ba­jo, en 2014 Cam­pos y Silv­ina Ghio –inves­ti­gado­ra del INTA– lograron ais­lar una nue­va especie de bac­te­ria. “Al estu­di­ar su geno­ma y las car­ac­terís­ti­cas bio­quími­cas, vimos que era pare­ci­da a otras, pero tenía par­tic­u­lar­i­dades que la dis­tin­guían del resto, tan­to en la pared celu­lar como en algu­nas de las pro­teí­nas que sec­reta­ba”, explicó Cam­pos.

La cepa A59T es una bac­te­ria Gram pos­i­ti­va, anaeróbi­ca fac­ul­ta­ti­va, for­mado­ra de endospo­ras y tiene for­ma de bastón. Sus condi­ciones de crec­imien­to ópti­mas son 30 °C con un ran­go de 28 a 37 °C, un pH 7 con un ran­go de 5 a 10 y tol­era has­ta el 7 % de NaCl (cloruro de sodio).

De acuer­do con el análi­sis de secuen­cia del gen de ARN 16S, el ais­la­do se colo­ca filo­genéti­ca­mente en el mis­mo grupo que Paeni­bacil­lus taichun­gen­sis BCRC 17757 T (iden­ti­dad de secuen­cia de nucle­óti­dos del 99,7 %) y Paeni­bacil­lus pab­u­li NBRC 13638 T (99,1 %) y está estrechamente rela­ciona­do con Paeni­bacil­lus tun­drae A10bT (98,8 %). Sin embar­go, los estu­dios filo­genéti­cos basa­dos en el gen que cod­i­fi­ca para la enz­i­ma girasa –gyrB– colo­caron a A59T en una rama sep­a­ra­da de todas las demás cepas.

El hal­laz­go se pro­du­jo a par­tir de una mues­tra de sue­lo recolec­ta­da en un bosque nati­vo de la Patag­o­nia argenti­na. Cam­pos puso el foco en lo que ocurre en el man­to que cubre la super­fi­cie, en donde hay hojas o tron­cos en esta­do de descom­posi­ción. “Allí están actuan­do los microor­gan­is­mos, que descom­po­nen los polisacári­dos en ele­men­tos más pequeños –azú­cares– y los uti­lizan como fuente de car­bono”, ilus­tró.

A la par, en el lab­o­ra­to­rio, Cam­pos inves­ti­ga cómo mejo­rar y replicar el pro­ced­imien­to biológi­co para la degradación de la bio­masa veg­e­tal. Así, a par­tir del estu­dio del geno­ma y del con­jun­to de pro­teí­nas sec­re­tadas –secre­toma– de ais­lamien­tos bac­te­ri­anos celu­lolíti­cos nativos de la Argenti­na, lograron recono­cer las enz­i­mas acti­vas sobre car­bo­hidratos y, además, desar­rol­lar y car­ac­teri­zar una bib­liote­ca de enz­i­mas recom­bi­nantes. “Este estu­dio nos per­mi­tió cono­cer en detalle los pro­ce­sos de decon­struc­ción de los polisacári­dos”, indicó Cam­pos.

El xilano es un polisacári­do estruc­tur­al de la bio­masa, es decir, es uno de los com­po­nentes de la pared celu­lar veg­e­tal. Es el segun­do polisacári­do más abun­dante –después de la celu­losa– y, tam­bién, se degra­da más rápi­do. “Estas car­ac­terís­ti­cas nos impul­san a pro­fun­dizar los estu­dios para aprovechar­lo en dis­tin­tas apli­ca­ciones biotec­nológ­i­cas”, man­i­festó Cam­pos y ejem­pli­ficó: “Estas bac­te­rias, entre otros usos, per­miten gener­ar polisacári­dos cor­tos –xilooligosacári­dos– que pueden ten­er una fun­ción pre­bióti­ca y uti­lizarse en suple­men­tos dietar­ios para mejo­rar la digestibil­i­dad de los ali­men­tos para humanos y ani­males”.

El hal­laz­go se pro­du­jo a par­tir de una mues­tra de sue­lo recolec­ta­da en un bosque nati­vo de la Patag­o­nia argenti­na.

En foco

La bac­te­ria Paeni­bacil­lus xylanivo­rans es un baci­lo, es decir, tiene for­ma de bastón. Posee un tamaño de 1,93 – 2,28 micrómetro (μm) de largo por 0,65–0,77 de ancho. Crece en dis­tin­tas fuentes de car­bono, pero espe­cial­mente en xilano y en resid­u­os de bio­masa lig­no­celulósi­ca, como la paja de tri­go y la paja de caña de azú­car.

Un mis­te­rioso uni­ver­so

En un gramo de sue­lo exis­ten más de 10.000 mil­lones de microor­gan­is­mos. Allí, es tal la diver­si­dad que existe que se pueden encon­trar organ­is­mos descom­pone­dores, fijadores, pro­mo­tores, secuestradores, min­er­al­izadores y has­ta reci­cladores.

En ese mar­co, las bac­te­rias y los hon­gos trans­for­man y descom­po­nen los pro­duc­tos quími­cos. El ciclo del nitrógeno, por ejem­p­lo, se da porque deter­mi­na­dos micro­bios cam­bian las for­mas orgáni­cas de nitrógeno al ion amo­nio. Otros lo cam­bian de amo­nio a nitra­to y otros trans­for­man el nitra­to a nitrógeno gaseoso, que luego pasa a la atmós­fera. De man­era sim­i­lar, si los microor­gan­is­mos detectan un con­t­a­m­i­nante orgáni­co, se ponen a tra­ba­jar trans­for­mán­do­lo y descom­ponién­do­lo, has­ta que se con­vierte en dióx­i­do de car­bono y agua.

Des­de la déca­da de 1950, diver­sos estu­dios se enfo­caron en las comu­nidades de microor­gan­is­mos y cómo inter­ac­túan para cono­cer qué pro­ce­sos desar­rol­lan de man­era indi­vid­ual y cuáles de modo colec­ti­vo. Con el avance de la biología mol­e­c­u­lar y la incor­po­ración de nuevas her­ramien­tas, como la meta­genómi­ca, los cien­tí­fi­cos pueden enten­der un poco más sobre las comu­nidades que viv­en en el sue­lo.

Aho­ra bien, ¿qué es la meta­genómi­ca? Ariel Ama­dio, espe­cial­ista del INTA Rafaela –San­ta Fe–, explicó que se tra­ta del estu­dio de las secuen­cias del geno­ma de los difer­entes microor­gan­is­mos que com­po­nen una comu­nidad, extrayen­do y anal­izan­do su ADN de for­ma glob­al. “Es la her­ramien­ta que nos per­mite analizar comu­nidades enteras de microor­gan­is­mos sin la necesi­dad de ais­la­dos, como ocur­ría tradi­cional­mente”, indicó.

A par­tir del conocimien­to del ADN, es posi­ble iden­ti­ficar cuáles son los microor­gan­is­mos que están pre­sentes en el sue­lo y, gra­cias a sus genes, se puede saber qué fun­ciones cumplen. El próx­i­mo paso es enten­der cómo reac­cio­nan frente a las diver­sas activi­dades agropecuar­ias. “No es difí­cil imag­i­nar que las prác­ti­cas agrí­co­las son deter­mi­nantes de la estruc­tura de las comu­nidades micro­bianas del sue­lo”, expresó Ama­dio quien puso el foco sobre el mane­jo agrí­co­la ade­cua­do para con­ser­var la diver­si­dad de microor­gan­is­mos que existe.

Fuente: Inta Infor­ma.