El clima se encargó de detener la anunciada plaga de langosta centroamericana (Schistocerca piceifrons piceifrons) que avanzaba en julio pasado desde México y Guatemala hacia Panamá y Suramérica, aunque continúa hoy la alerta.
‘El clima contribuyó en el último mes a reducir la plaga en un nivel tan bajo que es prácticamente insignificante’, dijo y aseguró que ‘debemos estar tranquilos’, porque el insecto no representa un peligro ‘ni para los países donde se han dado los focos, ni para nosotros’.
Aunque Aguilar advirtió que la alerta no se puede levantar hasta que transcurra más tiempo, por lo que seguirán el monitoreo de los ciclos de vida la plaga, a pesar que redujo su voracidad, y estarán preparados para algún foco que surja.
En Panamá hay una especie muy parecida a la langosta centroamericana, llamada Shistocerca pallens, la cual confundieron en ocasiones en campos y residencias por su parecido y por ello el MIDA realizó estudios para identificar adecuadamente el insecto, ante algunas alarmas de sospechas.
La Shistocerca pallens se encuentra en cañaverales y maizales panameños y es un tipo de grillo que se alimenta de plantas, aunque no de manera voraz como la langosta centroamericana que se presenta en gigantescos enjambres llamadas mangas, capaz de poner en riesgo la sostenibilidad alimentaria de los países.
La temible plaga puede volar más de 150 kilómetros diarios, ataca a más de 400 especies de plantas vegetales como maíz, arroz, frijol, sorgo, soya, maní, caña de azúcar, ají, tomate, cítricos, plátano, coco, mango y pastizales, entre otros.
Su voracidad hace que cada ejemplar consuma diariamente entre el 70 y el ciento por ciento de su peso que es de dos gramos, por lo que un enjambre de 80 millones devoraría unas 100 toneladas de alimento verde por jornada en una extensión de un kilómetro cuadrado.
Otra especie de la misma familia, la langosta del desierto, provocó en febrero pasado el peor brote de insectos que enfrentó Kenia en 70 años, invasión que se extendió a gran parte del este y el Cuerno de África, devastando cultivos en Somalia, Etiopía, Sudán del Sur, Yibuti, Uganda y Tanzania.
Por la población y voracidad de esas nubes de insectos, el imaginario popular dio rienda suelta y especularon que se trataba de la bíblica octava plaga de Egipto, en aquel entonces con el objetivo de presionar al faraón para que liberara a los hebreos de la esclavitud, según el libro Éxodo.