Un arqueólogo recupera la vida cotidiana azucarera de entre las ruinas de un ingenio

Fernando Villar será el primer doctor en Arqueología Industrial de la Argentina. Huellas del siglo XIX tucumano.

Además de der­rib­ar un imag­i­nario equiv­o­ca­do, Fer­nan­do Vil­lar hará his­to­ri­aA en la cien­cia tucumana: su tesis doc­tor­al, en entu­si­as­ma­do pro­ce­so, será la primera en el área de la arque­ología históri­ca indus­tri­al. “Sí, es cier­to: la gente suele aso­ciar la arque­ología al pasa­do muy remo­to; y no sólo la gente ‘común’; has­ta nue­stro plan de estu­dios lo hace”, reflex­iona.

Fer­nan­do tiene su sede ofi­cial de tra­ba­jo en el Insti­tu­to Supe­ri­or de Estu­dios Sociales (ISES), depen­di­ente del Con­icet y de la UNT. Pero el lugar “de ver­dad” es el pre­dio del ex inge­nio Las­te­nia, uno de los tan­tos que murió como tal en 1966. Son 11 hec­táreas donde quedan como tes­ti­gos (que gra­cias a los tra­ba­jos de inves­ti­gación como el de Vil­lar están dejan­do de ser mudos) más de 30 edi­fi­ca­ciones, muchas de ellas en ruinas, des­man­te­ladas y, en muchos casos, saque­adas. “Y pen­sar que has­ta 2000 casi todo esta­ba en pie…”, cuen­ta ape­na­do.

Jun­to con los actuales propi­etar­ios del lugar, con ex tra­ba­jadores del inge­nio, con la comu­nidad de Las­te­nia, con la Provin­cia y con el munici­pio, el ISES arma un gran proyec­to de rescate que incluye (pero no se ago­ta allí) un museo de sitio. Pero eso es mate­r­i­al para otra his­to­ria.

Fuentes no escritas

Volva­mos a la tesis pio­nera. Con la direc­ción del arqueól­o­go Salomón Hoc­s­man y la sub­di­rec­ción de Daniel Campi, direc­tor del ISES, Fer­nan­do tra­ba­ja, con mate­ri­ales encon­tra­dos en un pequeño sec­tor del pre­dio -“por aho­ra”, cuen­ta y recu­pera el entusiasmo‑, en tres ejes: pro­duc­ción, cotid­i­an­idad y dis­ci­plinamien­to.

“Esto no es pre­his­to­ria. Por supuesto que hay muchas fuentes escritas; pero ya sabe­mos: la his­to­ria la escriben los que ganan… ‑reflex­iona en lo que fue parte del can­chón del inge­nio-. Por otro lado, los hal­laz­gos en el ter­reno per­miten con­fir­mar, com­ple­men­tar o cues­tionar, según el caso, la doc­u­mentación escri­ta”.

Una de las ideas es poder recu­per­ar lo que los tex­tos no cuen­tan: cómo era la vida cotid­i­ana, qué comían los emplea­d­os del inge­nio, cómo eran las vivien­das… El mate­r­i­al que está proce­san­do es el resul­ta­do de un hal­laz­go en la zona no tan estro­pea­da del inge­nio. Detrás de uno de los edi­fi­cios más nuevos (lo que fue la des­til­ería) una medi­an­era les dio la primera pista: “aparecían esos ladril­los extraños, más grandes que lo habit­u­al”, cuen­ta mien­tras señala el muro. Comen­zaron a excavar y se encon­traron con tres recin­tos habita­cionales que esta­ban 80 cm por deba­jo del sue­lo “nue­vo”. “De estas excava­ciones en los espa­cios domés­ti­cos pudi­mos recu­per­ar infor­ma­ción sobre la vida de los ex tra­ba­jadores: mon­edas, botel­las (de gine­bra y vino) y botones del siglo XIX, muchos de ellos, de nácar, así como restos de lo que fueron las vivien­das, que las con­struía la empre­sa para los emplea­d­os. Así sabe­mos, por ejem­p­lo, que, aunque el piso era de tier­ra, tenían techo de tejas y tirantes de madera”, cuen­ta. Tam­bién encon­traron más de 500 restos óseos de ani­males, muchos con señales de haber sido someti­dos a coc­ción, lo que per­mite acced­er a los patrones de ali­mentación y con­sumo de fines del siglo XIX y prin­ci­p­ios del XX. “En gen­er­al, fueron hervi­dos, lo que indi­ca que la base de la ali­mentación famil­iar eran los guisa­dos”, rela­ta, y aclara que los tra­ba­jos no los hace solo, sino con un equipo de pro­fe­sores y estu­di­antes de la car­rera de Arque­ología, tan­to en el cam­po como en el lab­o­ra­to­rio.

Lo sim­bóli­co del espa­cio

“El inge­nio Las­te­nia fue de los pio­neros, y uno de los más mod­er­nos ‑cuen­ta por su parte Campi-; en 1841 ya tenía trapiche de hier­ro”. “Pero jun­to con las máquinas lle­garon el mod­e­lo pro­duc­ti­vo y la pro­le­ta­rización del tra­ba­jador”, añade Fer­nan­do.

Haber encon­tra­do los restos habita­cionales per­mite con­fir­mar los que se observ­a­ba en fotos y planos y sostiene las hipóte­sis sobre el dis­ci­plinamien­to: las vivien­das de los oper­ar­ios se con­struían de man­era tal que se podía obser­var todo lo que ocur­ría, con “el mirador” de la casa fun­ciona­do como panóp­ti­co.

“Las vivien­das eran proveí­das por la empre­sa, y eso implic­a­ba la luz, la leña, el agua potable, el blan­quea­mien­to de las casas… los con­s­abidos almacenes… Todo a cam­bio de for­mar parte del sis­tema. Cuan­do el sis­tema se que­bró y se cer­raron más de 10 inge­nios (el Las­te­nia entre ellos), la gente no sólo se quedó sin tra­ba­jo. La cri­sis fue total; un pro­ce­so traumáti­co, que todavía no ha sido estu­di­a­do en su total­i­dad”, expli­ca Campi.

Pues aho­ra un joven arqueól­o­go está ayu­dan­do a com­ple­tar la com­pren­sión de ese pro­ce­so.

La fábri­ca

Aguirre com­pró en Lon­dres la mod­er­na maquinar­ia orig­i­nar­ia, pero el nego­cio no sal­ió muy bien. En 1847 Evaris­to Etcheco­par lo relanzó. Para 1880 con­ta­ba con la más mod­er­na tec­nología disponible y se realizaron impor­tantes amplia­ciones edili­cias, que incluyeron una refin­ería. En 1901 pasó a inte­grar la Com­pañía Azu­car­era Tucumana. Después del cierre, en 1966, fun­cionó allí una fundi­ción.


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